Mi primera cámara fué una Kodak de fuelle. Utilizaba rollos de película y sacaba 8 imágenes por rollo. Era un trasto voluminoso, pero siempre me pareció mágico.
Después mis padres me compraron una Olimpus Pen. Una maravilla de cámara. Totalmente automática, compacta, impresionaba "medios negativos", con lo que de un carrete de paso universal sacaba 72 imágenes. Con la Olimpus aprendí a encuadrar.
Mi primera reflex fué una Kowa. Todavía tengo grabado en el cerebro su "sonido" al obturar: Kraaak. La compré con un 50 y después pude comprar un 135.
Nikon. La Nikon F, en los años 70, era "el no va más". Me pasé, literalmente, un mes estudiando la configuración que quería: Cuerpo de Nikon, Photomic, 105 (hasta el último momento estuve dudando entre un tele medio -el 105- o un gran angular -el 24-). "Pagar" esa Nikon me costó tres meses de trabajo en prácticas en "La Gaceta del Norte", de Bilbao.
Después vinieron el 50 (que nunca me dió buen resultado); La Nikon F2 motorizada, esta vez sí, con un 24; otro cuerpo de Nikon F; el 200; máquinas "complementarias" (una Minox de infausta memoria...)
Cámaras, objetivos, configuraciones.... Bueno, son pasos necesarios para llegar a lo más simple. Como decía Cartier Bresson, la verdadera cámara es el ojo y el corazón.
Hay que pasar por la técnica, pero al final queda... el ojo y el corazón.
Ahora tengo una Lumix, compacta, digital, ligera. Y me basta. ¿Estaré al final del camino?
Los motores de mis Nikon. El de la izquierda es una auténtica pieza de museo. Es para la Nikon F y se usó en la guerra de Vietnam.
(Fotos: Vicente Escudero)
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